Lo que el Caguán se llevó

21.02.2012 18:04

 

Por: Guillermo Rivera, Representante a la Cámara

Después de los diálogos del Caguán la agenda de la política nacional paso de la favorabilidad de los discursos de paz a la favorabilidad de los discursos de confrontación militar con las guerrillas.

Antes del Caguán el discurso de la paz resultaba atractivo para la mayoría de los electores, incluso quienes intentaron persuadir el voto ciudadano con la idea de fortalecer la fuerza pública para derrotar a las guerrillas fracasaron en más de una ocasión. Sin el Caguán Alvaro Uribe no habría sido elegido Presidente de la República de la manera como lo logro, es decir al margen del partido en el que había militado durante décadas y a lo mejor su política de seguridad, en la práctica y en el discurso, no habría calado tan hondo en la ciudadanía. No es exagerado decir que después del Caguán la derecha en Colombia salió del closet.

Cada que alguien plantea algún tipo de propuesta de paz negociada con las guerrillas, y con mayor razón cuando ésta proviene de ellas mismas, la primera alarma que se dispara en las reacciones de los políticos, los formadores de opinión y el ciudadano común y corriente es “cuidado con otro Caguán”, “sería inaceptable otro Caguán”, y claro, no resultan infundadas esas prevenciones porque sería una insensatez reeditar esa experiencia.

Pero lo preocupante para la agenda política de hoy es que al parecer el Caguán se llevó consigo las posibilidades de construir una propuesta de paz, no solo por la vía de la negociación, sino además por la vía de legitimar el Estado Social de Derecho en muchas zonas del territorio nacional en las que éste sigue siendo el gran ausente.Da la impresión que existe cierto temor de recibir el calificativo de discurso justificatorio de las guerrillas, muy al estilo de Alvaro Uribe, a quien se atreva a plantear la necesidad de acabar con el oxígeno ciudadano que les pudiera quedar a las FARC o al ELN. ¿Acaso Tumaco o el norte del Cauca son modelos de equidad social?, no, son todo lo contrario, es decir modelos de inequidad y de contraste con lo que representan los estratos altos de la población de Bogotá y Medellín, para citar solos dos ejemplos.

Después de los atentados de Tumaco y el norte del Cauca las conclusiones obligadas son: la fuerza pública bajo la guardia, está fallando la inteligencia, extrañamos a Uribe…, pero sin desconocer la necesidad de afinar la estrategia militar hay que registrar que en muy escasos círculos de opinión del centro del País se discute si al cabo de 8 años de política de seguridad democrática las condiciones de vida de los habitantes de Tumaco y el norte del Cauca cambiaron. La verdad cambiaron muy poco, y eso resulta ser un terreno abonado para que las guerrillas sobrevivan.

A riesgo de recibir el calificativo de discurso justificatorio de las guerrillas, me parece pertinente anotar que el fracaso del Caguán se llevó con él la necesaria discusión sobre cómo transformar la realidad de aquellas zonas del territorio nacional en donde además de las guerrillas persisten modelos de economías extractivas que acentúan la pobreza y por ende la inequidad frente a otras regiones de Colombia. Quizás el Caguán resigno, o al menos aplazo, una conveniente agenda de centro izquierda para incorporar a esa otra Colombia a la senda de los derechos y el desarrollo.